miércoles, 24 de junio de 2009

100 años.

Porque 25 es un cuartito de siglo pesa mucho más que 23 o 24, e incluso calculo que 26 o 27 ya pesarán menos.
Aunque todavía faltan unos meses para que se materialice, desde el 21 de septiembre del 2008 empecé a saborear el cuartito –ñammi ñammi- que de tan sabroso pesa, y cómo pesa. Será hasta que deje de degustarlo, me lo trague y me pegue del todo. Talvez ahí lo asuma. Talvez lo asuma recién cuando desaparezca, un año más tarde.

Talvez evaluando otras hipótesis no haga falta asumir nada, y virar el sentido para quitarle peso y cargarlo de energía positiva (cómo me gusta pegarle la vuelta a todo).
Entonces... si mi periplo me destina 100 años, el cuartito no sólo es de siglo, sino también de vida. Desde esta óptica pesaría menos, agachada en la perspectiva de que me quedan 3 cuartos más por digerir –glup-.
En esta segunda opción me apoyo, en la idea de los cuartos que me quedan, así la perspectiva suaviza el presente y me preparo en la recta de salida. De esta manera, no solo no pesa sino que entusiasma, alejada de lo que ya pasó y bien puesta en el presente con ansias de conocer y vivir lo que me tiene preparado el viaje. Ahora me suena mucho más a mi.
Preparados... listos... ¡YAAAAA!


Julieta Pedroni.

Dedicado a mi amigazo Ale. Gracias loco, me hizo bien escribir esto.

jueves, 11 de junio de 2009

Un Domingo en mi Vida...

Me levanto después de estar dando vueltas en mi cama con un cargo de conciencia terrible porque en dos días rindo y no empecé a estudiar. Para colmo anoche salí y todavía no puedo recuperarme (resaca del demonio).

Hago un gran esfuerzo y bajo el primer pie de la cama – el izquierdo -. Miro la cucheta de arriba... Maggi durmiendo placidamente hasta que vuelva a ocultarse el sol.
Me cambio, agarro los apuntes y de repente mi estómago hace un ruido extraño: necesito ingerir algo. Abro la alacena y veo: fideos moñito, fideos bucatini, fideos mostachol rayado, spaghetti, arroz, 10 paquetes de polenta y 15 de yerba. En mi heladera: tres botellas de agua, un huevo, ketchup, y seis cubeteras sin hielo. Estoy podrida de comer fideos pero bue... parece que no queda otra.
Hoy sale: fideos mostachol con huevo duro y ketchup. Para beber: agua de la canilla.
Lavo los 500 platos que están sobre la mesadas desde hace cinco días, acomodo un poco y llenó una cacerola con agua para cocinar los fideos, ¡pero!... no tengo fuego, ¿cómo prender la hornalla sin fuego? (mi estomago enojado, ruge cada vez más fuerte).

Bajo a ver si algún vecino me regala un fósforo y nada, muerto el edificio, soy el único ser viviente en este lugar poblado de jóvenes desmayados. Vuelvo a mi departamento, junto las moneda del piso que se cayeron del bolsillo de mi jean anoche cuando llegué y tomo fuerzas para salir a comprar un encendedor... ¡pero! no tengo llave, ¿cómo salir del edificio si no tengo llave del portón de entrada?. Me prendí del portero de alguna polaca y bue... logré salir en busca de mi fire. Apenas piso la calle un aroma muy anhelado invade mis fosas nasales: ASADO. Paso por una casa y veo toda una familia comiendo su asadito del domingo, con ensalada, pan fresco y vinito tinto. Y yo... fideos con ketchup y huevo.

Llegó a La Marieta (kioscoantro): cerrado. Camino dos cuadras más y paso por otra casa en situación de asadito. Me acuerdo de mi familia, los imagino en la galería de casa almorzando y “charlando” en un domingo soleado –idealización producto de la distancia-.

Llego al kiosco y compro el bendito encendedor, elijo el más feo: amarillo, cosa de no perderlo o de reconocerlo en caso de robo.

Vuelvo caminando tranqui y llego al edificio, sigo sin llave. Me vuelvo a apunar sobre un timbre y me abren después de casi 20 minutos de insistencia (mi estomago no da tregua).
Subo los 328 escalones y llegó a mi hogar. Con mi nuevo encendedor yellow, prendo la hornalla y empiezo a cocinar el menú del día. Almuerzo pensando en el asado que se están comiendo mis viejos y mis vecinos: ¡H.D.P.!

Terminé, satisfecha pero... ¡no hay puchos!. Ni en pedo salgo en busca de alguien que se apiade de mi y me convide uno y no tengo ni una moneda para un suelto. Así que para pasar los nervios, la resaca y mientras digiero mi comida super nutritiva me pongo a escribir, y acá estoy. Di 8500 vueltas y todavía no abrí el apunte, Maggi sigue durmiendo y el kiosquero me cobró $1,50 un encendedor de mierda. Y bue... para qué llorar si reírse es menor esfuerzo.
Y eso que recién empieza el domingo.


Julieta Pedroni.
Domingo 12/10/03
3:00 pm.
Posadas, Misiones.

viernes, 5 de junio de 2009

Gracias.

Un poco más...
Dale, si... dale, un poco más.
No parés, seguí. Un poco más.

Menos, NOOO... mucho menos.
Más lento, mas despacio.
¿No entendés?, menos que el menos más de ayer.
Menos más y menos aún.

Bueno, está bien... nada, mejor.
SIIIII, entendiste parece. Nada de nada.
Menos que nada.

Pará! seguí, ahora sí.
Más, más, un poco más fuerte.
¿No podés?... no sabés.
¡Quiero más!... mucho más.

¿No sabés?... no podés.
Bueno, entonces no.
No... tenés razón, claro que no.

¿Y si quiero más?
Cierto.. no podés, no querés, no sabés...
Da igual.
Aunque... yo quería más.

¿Quería más?
No sé, ¿por qué? ¿para qué?
Menos mal que menos y no más.

¡NO! Ya no quiero. Eso no.
Basta, no quiero nada.
No quiero. Ni menos ni más.

Julieta Pedroni.

miércoles, 3 de junio de 2009

Gorda Querida:

Lo primero que tengo para decirte es LA PUTA QUE TE PARIÓ. Espero que no te ofendas y puedas entender. Que quede claro que no va literalmente, sino con bronca y desesperación por no encontrar una explicación, ni aun hoy, tanto tiempo después.

Tengo que admitir que mis sentimientos fueron cambiando en estos años.

A partir de ese día, en el que estábamos todas reunidas en nuestro nuevo departamento preguntándonos por vos, que no habías dado señales en todo el verano, y decidimos llamarte, algo en mi -en todas- cambió.
Llamé a tu casa para saber por qué todavía no estabas con nosotras en Posadas y me atendió tu hermano. Al pobre le tocó la terrible tarea de darme la noticia. Con tranquilidad pero en un tono que jamás volví a escuchar –descifré que aun no caía en sus palabras-, me dijo “¿No te enteraste de lo que pasó?” y me contó lo que habías hecho hacía apenas una semana. Inmediatamente mi cara se transformó y Maggi, Belén, la Negra, la Peti y Cachorra, alrededor mío, se dieron cuenta por mi expresión que Ale no me había dado buenas noticias, lo único que atiné hacer fue acomodar los dedos en forma de pistola y apuntar a mi sien.

En ese primer momento sentí culpa, muchísima culpa. No me podía perdonar por no haberte dado una mano, decirte la palabra exacta, escucharte, darme cuenta lo que te estaba pasando, entender tus locuras y calmas extremas y alternadas. Culpa, solamente, por no haber hecho algo, lo que sea. Durante mucho tiempo pensé que yo lo podría haber evitado, que talvez con una pequeña demostración de cualquier tipo te podría haber persuadido. Cargué en mi conciencia el hecho de haber conocido, por casualidad, esa carta –no era para mi- que describía lo mal y desequilibrada que te sentías, y no haber ido a ayudarte creyendo que el tiempo, el verano, tu familia y la distancia iban a hacer lo que talvez podría haber hecho yo, o nosotras (aunque prefiero hablar por mi, pero me cuesta).

Un tiempo después, hablando con tu viejo, entendí que la vida que nos contabas de Bella Vista, tu ciudad, no coincidía con la realidad que él nos relató, y que la realidad que le contabas a él de Posadas nada tenía que ver con lo que vivíamos en esa ciudad. Caí en la cuenta de que, a pesar de haber convivido un año y compartido muchas cosas, lo que conocía de vos era muchísimo menos de lo que imaginaba. Nos pintaste, a nosotras y a tu familia, dos realidades que sólo existían en tu cabeza, ¿por qué? nunca lo sabré.
En ese momento entendí que no era mucho lo que yo, ni nadie, podría haber hecho para ayudarte. Se fue la culpa y me enojé, me enojé muchísimo con vos.
Ver a tu papá, ese buen tipo, extremadamente generoso por lo poco que alcancé a conocer, con el alma rota y la desesperación en el rostro para siempre. Pensar en el dolor del resto de tu familia -tu hermano y tu vieja- , de tus amigos y vernos a nosotras, día a día sin concretar el duelo por falta de argumentos, me hizo enojarme con vos. Admito que te creí una persona egoísta, que con tal de escapar fuiste capaz de cagarle la vida a una familia entera, y dejar sin consuelo a la gente que te quiere.

El tiempo pasó pero nunca dejé de buscar explicaciones que me conduzcan al desahogo, enojarme no me permitió opacar el dolor. En ese indagar me crucé con alguien que me explicó que lo que habías hecho era algo que venía con vos y tarde o temprano se iba a manifestar.
Mis sentimientos volvieron a cambiar, hoy no es culpa ni enojo, es algo que no se cómo explicar, pero que me hace quererte y extrañarte basándome en el hermoso recuerdo que tengo de vos. Aun no encontré explicaciones y nunca las voy a encontrar, creo que sólo vos sabés por qué hiciste lo que hiciste y con eso me basta. No te voy a negar que te extraño y de vez en cuando te aparecés en mis sueños contándome que estuviste un tiempo presa o en un convento de monjas, pero ahora volviste para quedarte con nosotras. Creo que es porque todavía no pude cerrar con esto, no se si podré alguna vez.
Pero bueno... aunque suene cruel la vida continua sin vos. Continua con un espacio vacío, un espacio vacío que nada va a llenar.
Tal vez ahora entendés mejor porque desde el sábado 31 de enero hasta hoy la impotencia acumulada me hace empezar y terminar esta carta diciéndote: LA PUTA QUE TE PARIÓ.

Te Quiero.


PD: todavía no te borré del msn.




Julieta Pedroni.

Eternamente Más Fuerte.

La tristeza y el dolor son inevitables, sólo puedo opacarlos en vista a la nueva luz.
La incertidumbre asusta y entusiasma.
Lo nuevo se presenta hostil pero en el fondo se siente una calma.

El alma se arranca del cuerpo y como espectador se aterra en la pesadilla pero se contagia de las ilusiones de los sueños.

La esperanza se desliza por caminos sinuosos que se cruzan, acompañan, chocan, avanzan en paralelo; pero nunca se detienen.

El corazón es quién no encuentra consuelo, pero la mente –eternamente más fuerte– lo mece entre sus recovecos adormeciendo, muy lentamente, lo que ya no es. El corazón se enfrenta y presenta batalla, pero la mente fuerte acuna y acaricia incansable hasta sumir en el letargo los sentimientos.

Los sentimientos, esos duendes celestes, violetas y anaranjados que no se entienden, son egoístamente egocéntricos, necesitan cada uno ser el protagonista; van intercalando posiciones en la lucha. Buscando prioridad estallan en la mente y el corazón.

Cuando termine el arrullo del apasionado y el racional libere sus pliegues de embrollos:
la tristeza y el dolor serán recuerdos,
la luz será presente,
la incertidumbre será certeza,
lo hostil será lo propio,
la esperanza andará su rumbo
y el corazón habrá encontrado consuelo.

Julieta Pedroni.